JOSÉ MANUEL BALLESTER. AUSENCIAS
José Manuel Ballester. Museo Ruso San Petersburgo, 2016

JOSÉ MANUEL BALLESTER. AUSENTES

18/05/2024 —

La exposición de José Manuel Ballester describe la secuencia hilvanada de distintos poderes actuando en un mismo lugar a lo largo de los dos últimos siglos. El poder aristocrático entendido como capacidad para decidir políticamente en el Antiguo Régimen y el poder profesional (presuntamente científico) para decidir qué tipo de narración sobre el yo colectivo construyen las obras de arte. Pero no sólo esos dos, hay otros poderes y algunos se hacen muy evidentes en el Museo Estatal Ruso de San Petersburgo, cuyos diferentes espacios fueron capturados por la cámara de Ballester.

El poder manifestado por la arquitectura del Palacio Mijáilovski, inaugurado como museo por el zar Nicolás II en 1895 al reconvertir el uso de la residencia del Gran Príncipe Miguel Pávlovich, construida entre 1819 y 1825 con diseño del arquitecto italo-ruso Carlo Rossi. Sus deslumbrantes salones, de decoración cambiante a lo largo del siglo XIX de acuerdo con las modas, muestran el espléndido refinamiento de un régimen tan opresivo en lo político como grandioso en el gusto arquitectónico.

Resultado de interacciones tardobarrocas y neoclasicistas, el Palacio Mijáilovski a través de exquisitos mármoles, maderas y yeserías habla de un poder excesivo (de hecho, absoluto), y donde la comodidad de sus habitantes no era contemplada como un objetivo, pues la idea directriz consistía, más bien, en representar la fabulosa supremacía de una casta privilegiada.

En claro contraste con los exuberantes espacios palaciegos y su copioso aparato decorativo, los museísticos ofrecen la pretendida neutralidad del cubo blanco, paredes lisas libres de todo adorno para la exhibición diáfana del arte. En estas salas se declara la transitoria y oficial verdad artística, resultado del poder bamboleante de la Historia, pues donde hoy vemos a artistas que coadyuvaron al estallido de la revolución soviética en tiempos posteriores fueron ocultados por unas autoridades que no querían incomodidades visuales, prefiriendo dar paso a perfectos cuerpos real-socialistas. La Historia, así pues, es un relato inventado a conveniencia de cada momento.

Donde estos cambios de valores son más evidentes es en los almacenes que guardan las colecciones. El museo decide no mostrar miles de piezas que, pudiendo perfectamente estar en las salas de exposición dada su elevada calidad, esperan aquí su turno, en caso de que alguna vez les llegue. Decenas de rodchenkos, popovas, malevichs, goncharovas y larionovs, entre otros, conviven con iconos religiosos, esculturas neoclásicas de purísimo mármol blanco, carteles propagandísticos acerca de la buena, saludable y productiva vida en los koljoses campesinos y modernistas estructuras abstractas de hierro. Pinturas colgadas en los peines, esculturas en pasillos y rincones. La impresión es que la historia se mueve en zigzag y que los poderes se van acumulando unos encima de otros, como estratos tectónicos.

Javier González de Durana